El Fuego de San Antón. XIV·I·MMXIII


Faltan unos días para que en la villa de Abla volvamos a celebrar el día de San Antón. La tradición establece que la víspera de San Antonio Abad, es decir el día 16 de Enero por la noche, los vecinos se reúnan en torno a la hoguera que se prepara en la Plaza de San Antón y degusten los vinos de la tierra, y las “rosas” o palomitas de maíz, dejando la ermita abierta para que el Santo vea la lumbre de su plaza.

También es cierto que la parte alta del pueblo se suma a esa celebración haciendo otras fogatas vecinales, y de igual modo unos días después, la víspera del día 20, día de San Sebastián, la otra mitad del pueblo vuelve a encender hogueras siguiendo la misma tradición que para San Antón.
 
 


Pero, ¿por qué se encienden estas hogueras?

Para conocer la respuesta primeramente hay que aclarar que la tradición de encender fuego no es exclusiva de Abla, esta tradición es compartida por innumerables poblaciones de España y de Europa, tradición que se pierde en las tinieblas de la historia. Intentaremos explicar esta tradición dejando al lado la opinión más extendida que se basa en establecer el fuego como elemento purificador y asemejando esa tradición incluso con las hogueras de San Juan, cuando nada tiene que ver como veremos.

San Antonio Abad, San Antonio el Grande, o San Antón como mejor lo conocemos, ocupa un puesto indiscutible en la tradición del pueblo cristiano español, este Santo ha sido representado por numerosos artistas e incluso también por Velázquez, autor no muy propenso a representar santos. Empezaremos resumiendo brevemente la vida de este Santo tan venerado.


"San Antonio Abad y San Pablo Ermitaño" Velázquez.


La vida de San Antonio Abad es mundialmente conocida gracias a que San Anastasio, que lo conoció en vida, escribió sobre él la que es considerada hoy como la más antigua hagiografía sobre un santo que se conserva.

San Antón nació en cerca de Menfis, en Egipto, en el año 251. Quedó huérfano muy joven heredando una suma más que considerable de bienes, lo que le hubiese permitido vivir en la opulencia el resto de su vida. Pero un buen día al entrar en un templo cristiano, escuchó el pasaje del Evangelio de San Lucas en el que un joven rico le pregunta a Jesús sobre lo que tiene que hacer para conseguir la vida eterna y al que Jesús le respondió;
[Todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme.]

San Antonio no dio muchas vueltas, vendió sus bienes, repartió el dinero entre los pobres, y a su hermana pequeña la dejó al cuidado de unas piadosas cristianas, marchándose luego a vivir al desierto. Vivió 105 años, falleciendo en el monte Colzim, cerca del Mar Rojo.

También sabemos que nunca perdió un diente, su vista era impecable y que a pesar de su edad, 105 años, tenía una salud inquebrantable mostrando incluso mejor tono de piel que muchos de los jóvenes que le acompañaban. Su muerte es relatada de esta forma;
[Después de pocos meses cayó enfermo. Llamó a los que le acompañaban –había dos discípulos que llevaban vida ascética desde hacía quince años y se preocupaban de él a causa de su avanzada edad- y les dijo: “Me voy por el camino de mis padres, como dice la Escritura pues me veo llamado por el Señor. En cuanto a ustedes estén en guardia y no hagan tabla rasa de la vida ascética que han practicado tanto tiempo. Esfuércense para mantener su entusiasmo como si estuvieran recién comenzando. Distribuyan mi ropa. Al obispo Anastasio denle la túnica y el manto donde yazgo, que él me lo dio pero que se ha gastado en mi poder; al obispo Serapión denle la otra túnica, y ustedes pueden quedarse con la camisa de pelo. Y ahora, hijos míos, Dios los bendiga. Antonio se va y no está más con ustedes.”]

Pero lo más importante no es su muerte sino su vida ya que muchos cristianos empezaron a irse a vivir junto a San Antonio fundando la primera comunidad de ermitaños de vida común de la historia, por ello este Santo siempre tuvo una gran influencia en todas las ordenes monacales que se sucedieron. De hecho y como ejemplo, en el Origen de los Padres de la Orden Libanesa Maronita empiezan diciendo;
[En 1695, los tres religiosos fundadores decidieron seguir, de común acuerdo, la Regla de San Antonio El Grande, Padre del Monacato…]

Tampoco debemos olvidar la influencia espiritual de este Santo en la reforma del Carmelo, por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

Sin extendernos mucho más en la vida de este Santo marchémonos unos siglos más adelante para comprender la tradición del fuego e incluso otros aspectos como la representación del cerdo a sus pies o como lo llamamos cariñosamente el “marranico de San Antón”.

San Antón por propia voluntad fue enterrado en un lugar desconocido en el desierto para evitar peregrinaciones a su tumba, pero fue descubierta en el año 561 y trasladados sus restos a Alejandría, después se llevaron a Constantinopla y posteriormente a Francia, concretamente a la comarca del Delfinado donde se depositaron en un Monasterio Benedictino llamado Montmajour por unos caballeros que volvían de las cruzadas.

 
Monasterio de Montmajour.
 
En la Edad Media las epidemias estaban a la orden del día, la Peste Bubónica, la Lepra o la Sarna, diezmaban a la población europea un año sí y otro también. Pero hubo una enfermedad que fue especialmente temida incluso mucho más que la Peste por su extrema crueldad, hablamos del Ignis Sacer, Fuego maldito, o Ergotismo.

Los síntomas del Ergotismo se caracterizaba por la sensación de intenso frío y dolor en la parte afecta, seguida de ardor y erupciones vesiculosas que evolucionaban hasta adquirir el miembro dañado un aspecto lívido y purulento que, circunstancialmente, terminaba con la amputación espontánea del miembro. Era una enfermedad vascular que generaba una vasculopatía obstructiva periférica, con un síndrome de isquemia, que terminaba en una gangrena seca. Empezaban por la sensación de que literalmente te quemabas por dentro, afectando primeramente a las extremidades, puntas de los dedos, orejas, nariz, que lentamente se iban gangrenando, todo esto acompañado de alucinaciones y delirios, hasta que se moría por una infección generalizada con terribles dolores. Lo cruel de la enfermedad radicaba en que la mayoría de las veces se desmembraba un brazo u otra parte del cuerpo estando el enfermo con sus facultades mentales intactas, siendo consciente totalmente de lo que sucedía.
 
 
"Los mendigos" Pieter Brueghel.
 
 
Mucho más tarde se supo que el Ergotismo estaba provocado por un hongo que produce el centeno llamado “Claviceps Purpurea” vulgarmente “el cornezuelo del centeno”. Pero en la Edad Media no se sabía esto y la mayoría de los pueblos europeos consumían pan de centeno que era más barato que el de trigo, por lo que la enfermedad se contempló como una peste más, de las muchas que había.


Espigas de centeno con el hongo Claviceps Purpurea.
 
Los enfermos no tenían ninguna institución sanitaria donde asistir a que les trataran, así que solían dirigirse a los Monasterios y a los Santuarios en busca al menos de un consuelo Divino.

Sucedió que manifestándose esta enfermedad en Francia entre el 1085 y el 1095 destacó y se hizo famoso el Monasterio de Montmajour, cerca de Vienne capital del Delfinado, donde como hemos apuntado antes se encontraban los restos de San Antonio Abad. Allí se creó una fraternidad llamada “Los Hermanos Hospitalarios de San Antonio” o los “Antonianos” como se les bautizaría rápidamente. Eran personas con amplios conocimientos en medicina y un mayor corazón caritativo, que se dedicaban expresamente a tratar a estos enfermos bajo el patrocinio de San Antón. Y se hizo famoso porque por todos lados corrió la noticia de que todos los que visitaban el Monasterio sanaban milagrosamente.

Lo cierto es que los Hermanos de San Antonio no hacían nada especial en un principio, solían aplicar hierbas medicinales a los enfermos, y para alimentarles criaban sus propios cerdos y cultivaban sus huertas, bueno mejor dicho, los cerdos campaban libremente por los campos comunales y por las villas cercanas llevando al cuello una campanilla para que todo el mundo supiese que eran los cerdos de San Antón y los respetasen.

Y sin saberlo, mediante la aplicación de bálsamos milagrosos como el “bálsamo de San Antón” y el “Santo Vinagre”, además de una sana alimentación compuesta por pan de harina de trigo, buen vino y un mejor jamón empezaron a sanar a muchos enfermos, su fama fue tal que crearon un gran “Hospital” al que llamaron el “De los Desmembrados”.

En 1297 una bula del papa Bonifacio VIII los convirtió en Orden religiosa y llegaron a tener en Europa la nada despreciable cifra de 397 hospitales.

También tenían costumbre de hornear unos panecillos con la Tau “T” grabada en ellos, de harina de trigo sin sal ni fermentos, lo que aliviaba al instante al enfermo.

La Tau “T” es la última letra del alfabeto hebreo y era el símbolo que adquirió San Antonio en vida y también San Francisco de Asís el cual visitó un hospital de San Antonio en su peregrinación a Santiago de Compostela, símbolo que sería incluso empleado como firma por el fundador de la Orden franciscana. San Antonio y los miembros de su posterior Orden la llevaban dibujada en sus túnicas. Hoy en día se suele repartir el famoso panecillo de San Antón entre los asistentes a los oficios religiosos.


Tau.
 
Los Hermanos de la Orden de San Antonio al empezar cambiando la dieta de pan de centeno a los enfermos cortaban los efectos de la enfermedad casi al instante, luego al amputar los miembros afectados y aplicar la medicina natural para cortar la infección, provocaba una mejoría completa del enfermo. Por ello a partir de ahí a esta enfermedad se le conoció como “Fuego de San Antón”. Se hizo tremendamente popular que sólo bajo la protección de San Antón se curaba el Fuego Maldito que afectaba al enfermo.

Conforme se fue conociendo que el problema radicaba en consumir pan de centeno contaminado por el cornezuelo dejaron de producirse casos en Europa de Fuego de San Antón, quedando los hospitales sin uso, por lo que en 1791 se extinguiría la Orden mediante un breve pontificio de Pío VI.

Hace pocos años una reciente investigación en una Universidad Norteamericana puso de manifiesto que aunque hubo un claro ejemplo de casualidad al utilizar pan de harina de trigo, los Hermanos de San Antonio tenían un impecable conocimiento médico para la época ya que el famoso “Bálsamo de San Antón” combinaba hojas y granos de diferentes plantas, como acelga, berza, nogal, saúco, tusílago, ortiga, sanícula y ruda, con adición de grasas animales (cerda y carnero) y también de resina y aceite de oliva, consiguiendo un ungüento poderosamente antiséptico por la presencia de trementina y acetato de cobre. También el “Santo Vinagre” estaba compuesto por catorce plantas, gran llantén, llantén lanceolado, amapola, verbena, ranúnculo bulboso, escrofularia acuática, ortiga blanca, grama rampante, verónica, genciana, dompte-veneno, trébol blanco, juncia y sacanda. Estas plantas sedativas, narcóticas o vasodilatadoras se mezclaban con vinagre y miel. Trituradas, hervidas y maceradas, servían para la elaboración de emplastos, jugos, zumos y decocciones o también para ungüentos destinados a llagas abiertas y úlceras.

Pero el recuerdo hizo la tradición, ya el Santo sería representado con el cerdo a sus pies con su campanilla para que nadie le dañase, se seguirían horneando sus panecillos, y se encenderían las hogueras en recuerdo de la victoria sobre el Fuego Maldito.

Y aunque el paso del tiempo hace que mantengamos tradiciones sin saber muy bien el porqué de ellas, de alguna manera ya para siempre quedaría en la memoria colectiva de los distintos pueblos y comunidades este hecho histórico, por ejemplo en nuestro pueblo, algunos mayores aún recitan este refrán;

Viva San Antón Bendito,
el Bendito San Antón.
Nos libre de las epidemias
y nos de su protección.
Pedid de la plaza para arriba,
que es nuestro deber.
Y si algo falta,
bajad para abajo también.


Imagen de San Antón. Abla.


Seguramente los primeros repobladores cristianos que vinieron a nuestro pueblo nos trajeron esta tradición, y el hecho de que sólo se enciendan las hogueras en la parte alta del pueblo parece indicar que la parte baja quedaba bajo la protección de San Sebastián al que se le celebra de la misma forma y al que se le pedía también la protección contra las epidemias, de hecho San Sebastián es el Santo al que más se le ha invocado para la protección contra epidemias de toda la historia.

Pero lo más curioso es que hay otro Santo al que también se le celebra en Abla y que está estrechamente vinculado a la protección de las epidemias, especialmente de la Peste Bubónica, hablamos de San Roque.

Pero este artículo es para San Antón, porque pasé los primeros cinco años de mi vida viviendo frente a su ermita, así que no se molesten San Sebastián ni San Roque y esperen a tener el suyo.



 


5 comentarios:

maestro 1989 dijo...

La difusión de la Cultura es lo mejor que podemos hacer,como haces tú,Fran.

Orielo dijo...

Me ha encantado, me parece súper interesante y curioso saber de dónde vienen nuestras tradiciones actuales. Qué punto lo del hongo del centeno (ay que ver los problemas que puede causar la alimentación) ¡¡Más por favor!!!

Unknown dijo...

Muchas gracias, interesante conocer el inicio de la repetitiva tradición, en la que una amplia mayoría no ha tenido ni idea del porqué se hacía, ni preocupación por ello.

francisco dijo...

Cuanto le deben las religiones al miedo y la ignorancia!.

Francisco Javier González Sánchez dijo...

Paco, cuanto le debemos a los hermanos hospitalarios de San Antón los ignorantes! Por lo pronto que acabasen con el Ignis Sacer y la apertura de más de casi 400 hospitales en dos siglos de historia. ¿Cuantos han abierto los sindicatos y los partidos políticos? No me toques los huevecillos paquito!