Craso error. XXV·I·MMXIII

 
[La ciudad de Roma fue a su principio gobernada por reyes. Lucio Bruto introdujo la libertad y el consulado. Las dictaduras se tomaban por tiempo limitado, y el poderío de los diez varones, no pasó de dos años, ni la autoridad consular de los tribunos militares duró mucho. No fue largo el señorío de Cinna, ni el de Sila, y la potencia de Pompeyo y Craso tuvo fin en César, como las armas de Antonio y Lépido en Augusto, el cual, debajo del nombre de príncipe se apoderó de todo el Estado, exhausto y cansado con las discordias civiles.] Tácito. Annales libro I.

Así comienza la obra “Annales” donde su autor, Tácito, resume en estas pocas líneas casi 800 años de historia romana, desde su fundación hasta el fin de la Républica.

Pero, casi ocho siglos dan para muchas historias, por ello, hoy me voy a centrar en un episodio concreto, sucedido cuando la República agonizaba, fruto de la desmesurada ambición de sus gobernantes.

Actualmente, cuando queremos hacer mención a una gran equivocación o equivocación fatal solemos utilizar la expresión “craso error”. Cuya traducción es error gordo o grueso error. Pero, como es sabido, toda buena expresión que procede del latín suele tener una historia o más bien una moraleja detrás, que hace que la expresión se perpetúe por los siglos hasta llegar a nosotros.

En este caso, esta expresión hace referencia a un hecho histórico que mezcla avaricia, ambición y superstición, en una época donde algunos hombres pretendían ser dioses.

Entre el año 61 y 53 a.C. una alianza secreta entre tres hombres gobernó Roma. Los personajes en cuestión fueron Cneo Pompeyo Magno, Cayo Julio César y Marco Licinio Craso, formando lo que los historiadores llamaron posteriormente, el primer Triunvirato.

Por una parte, el general Pompeyo, partidario de los optimates o conservadores, era tremendamente respetado por el Senado y por el pueblo, gracias a sus victorias sobre los piratas que interrumpían el comercio en el Mediterráneo y también por derrotar al rey del Ponto y archienemigo de Roma, Mitrídates VI, pero para su sorpresa, el Senado, con una mayoría conservadora, le negó el reparto de tierras entre sus veteranos de guerra, a los que había licenciado con la intención de eliminar las suspicacias que parecían indicar entre los senadores, que un hombre tan respetado por el ejército como lo era él, no se iba a limitar con lo conseguido. 
 

Cneo Pompeyo Magno

Pompeyo, al analizar la negativa del Senado, decidió buscar apoyos en la otra clase senatorial, los demócratas o populares, logrando pactar con dos de ellos, Craso y César.

Marco Licinio Craso era el hombre más rico de Roma. Como militar sólo destacó por acabar con la revuelta de esclavos capitaneada por Espartaco, pero esta victoria lejos de encumbrarlo de gloria, aumentó aún más su impopularidad, ya que era conocida por el pueblo su notable avaricia, y por todos lados corrió la noticia de que había comandado al ejército porque su principal fuente de ingresos era el trato de esclavos, noticia que no era totalmente veraz, ya que su principal fuente de ingresos era la especulación urbanística mediante el uso de sus brigadas de bomberos, y explico, este personaje solía enviar a sus “matones” a incendiar edificios, luego, cuando el edificio estaba ardiendo se presentaba con su brigada de bomberos, y le ofrecía a los propietarios apagar el fuego por una desmesurada cantidad de dinero, si los propietarios se negaban dejaba arder el edificio, comprando luego el solar a un precio irrisorio, de una manera u otra, Craso siempre ganaba.

Craso vio en el interés de Pompeyo, por una parte, una manera de limpiar su reputación al ser amigo del hombre más querido de Roma, y por otra, la posibilidad de conseguir gobernar una Provincia, lo que le haría ser aún más rico, lejos de Roma y de sus comentarios.
 
 
Marco Licinio Craso

El tercer hombre, Julio César, el político, había sido elegido por ambos como un títere para convencer a los senadores para que aprobaran lo que ellos quisieran, dada la buena reputación de este, quién no se había amedrentado ante el dictador Sila, como vimos en otra entrada. César por su parte necesitaba el dinero de Craso y la excelente reputación de Pompeyo para conseguir una campaña militar que terminara de afianzarlo como general más que como político.

Para fortalecer su acuerdo, la hija de César, Julia, se casó con Pompeyo.

Hecho el acuerdo entre los tres, Pompeyo el general, Craso el economista y César el político, parecía que Roma sería controlada perfectamente, y de hecho así fue, hasta que la ambición de los tres les llevó a la ruina.

Marco Licinio Craso consiguió su ansiada Provincia en noviembre del 55 a.C.

Le concedieron la rica Siria, donde recaudó a su gusto cuanto quiso, harto de dinero decidió emprender una campaña militar contra los partos, campaña para la que preparó siete legiones. Se adentró en Junio del 53 en Partia, pero los partos rehuyeron el enfrentamiento y dejaron que se adentrase en el desierto más y más hasta que cerca Carras, su ejército compuesto por 39.000 efectivos fue exterminado por un muy inferior ejército de partos. El hijo de Craso pereció en la batalla y él mismo moriría en una escaramuza al día siguiente.

Las noticias llegaron a Roma de forma sesgada y manipulada por los detractores de Craso, estos empezaron a decir que los partos lo habían capturado vivo y que le habían hecho tragar oro fundido como símbolo de su desmesurada avaricia. Pero lo más llamativo es que empezaron a utilizar la expresión “Crassus errare”, el error de Craso. Craso efectivamente había invadido Partia, pero sin el consentimiento del Senado, algo que era considerado un sacrilegio hacia los Dioses, de hecho, aunque no en la práctica, estaba totalmente prohibido invadir otros pueblos si no había una excusa para hacerlo, decimos no en la práctica, porque lo que habitualmente hacían los romanos era facilitar la provocación, como ya vimos en la entrada correspondiente a las guerras púnicas.

Craso se lanzó a la guerra sin tan siquiera provocar un motivo. Craso error, Craso.

 
Imperio Parto

Un año antes de estos sucesos, Julia la hija de César y esposa de Pompeyo, murió en el parto, y el hijo que llevaba dentro también, este trágico suceso, no supuso en un primer momento una ruptura entre estos dos personajes, pero las notables victorias de César en las Galias, debilitaron la unión de ambos, pues los optimates vieron en Pompeyo al hombre que pararía a César, o como algunos senadores comentaban, el menor de los males. César venció definitivamente a los galos en la batalla de Alesia, en el 52 a. C. habiendo derrotado con 40.000 romanos a medio millón de galos, algo que resonó en Roma de una forma contundente. Por su parte, como ya vimos en otra entrada, el Senado con Pompeyo al frente, exigieron que César licenciara sus legiones y regresara para dar cuentas. César sabedor de que le iban a juzgar, ya sin los sobornos de Craso, decidió dar un Golpe de Estado contra la República.
El error de los senadores fue que al ver que César había cruzado el Rubicón y se dirigía a Roma, abandonaron la ciudad y su tesoro. El abandonar la ciudad no fue perdonado por los romanos y el dejar el tesoro en manos de César, pues se pueden imaginar ustedes. Craso error, señores senadores.

Pompeyo se dirigió a Grecia, donde pensó, podría reorganizar un ejército capaz de derrocar a César. Lo reorganizó, pero fue aplastado en la batalla de Farsalia el 9 de agosto del 48 a.C.

Derrotado, Pompeyo se marchó a Egipto, donde pensó que el rey Ptolomeo XIII, brindaría su apoyo al hombre más importante de Roma. Pero los consejeros, comandados por el eunuco Potino, aconsejaron al joven rey que el hombre más importante de Roma era ya César, no Pompeyo, y que si le hacían un favor especial a César, este les ayudaría en la guerra dinástica que había entre el rey y su hermana Cleopatra VII, por lo que, traicioneramente, nada más desembarcar este en la costa egipcia fue asesinado y su cabeza entregada al rey. Esto sucedió el 28 de septiembre del 48 a.C.
Pompeyo pensó que aún era el hombre más importante de Roma y que las noticias de su derrota ante César un mes antes aún no habrían llegado a Egipto. Craso error, Pompeyo.
 
Cuando César llegó a Egipto y se presentó ante el rey, le fue entregada la cabeza de Pompeyo. Al contrario de lo que pudieran esperar los egipcios, César lloró amargamente ante la cabeza de su rival, y ejecutó a todos los que participaron en el asesinato, luego pactó con la hermana de Ptolomeo, Cleopatra, a la que subió al trono de Egipto. Ptolomeo se sublevó ante la decisión de César, pero fue derrotado en Alejandría y mientras huía se ahogó en el rio Nilo.

Ptolomeo, aconsejado por Potino, pensó que César estaría contento con el asesinato de Pompeyo, pero no contaban con algo que César era antes que un buen rival, un mejor patriota. César no podía perdonar que un grupo de provincianos egipcios asesinaran a uno de los más grandes generales de Roma cobardemente.

Y se les escapó otro detalle, Pompeyo era su yerno. Craso error Potino, Craso error Ptolomeo.

Julio César

Julio César murió asesinado por un grupo de senadores el 15 de marzo del 44 a.C., sobre su muerte se han escrito ríos de tinta, pero hay una curiosidad histórica que creo debe ser tenida en cuenta en este artículo.

Este día, los idus de marzo, no había sido seleccionado al azar.
César había sido nombrado dictador por diez años, teniendo como subordinados a todos los magistrados. Además, se le autorizó ser cónsul cuantos años desease, también, le ofrecieron el cargo de dictador de por vida, y le permitieron redactar leyes sin la necesidad de aprobación senatorial. Por fin, por si fuera poco, lo nombraron luego tribuno de la plebe y le erigieron una estatua en el templo de Júpiter.

Entonces, ¿por qué no lo mataron antes? ¿Qué detonó esa decisión precisamente ese día?

Pues aquí entra en juego otro factor, la superstición.

Los libros sibilinos eran una recopilación de profecías sobre el futuro del mundo que eran custodiados por los quindecenviros, los únicos autorizados para consultarlos, bajo petición del Senado y ante una grave amenaza o ante una gran campaña militar que pudiese poner en riesgo a Roma. Sucedió entonces que comenzó a filtrarse una profecía de los libros que decía; 
 
“Sólo un rey conseguirá doblegar a los partos”.

Se piensa que ese rumor fue lanzado por Lucio Aurelio Cota, tío de César, y que en ese momento era uno de los quindecenviros. Cota pensó, que filtrando la profecía, prepararía al pueblo y obligaría al Senado a nombrar a su sobrino Rex Romanorum de una vez por todas. Pero sucedió todo lo contrario, pues el Senado conspiró para asesinar a César el día que este iba a anunciar la campaña contra los partos, el 15 de marzo, campaña que pretendía comenzar a preparar el 18 de ese mismo mes. Cota pensó que una filtración de ese tipo amedrentaría al Senado, no esperaba que el miedo al poder de César fuese superior al ansia de conquistar Partia. Craso error, Cota.
Julio César previamente a su asesinato había comentado varias veces que él creía en la República, pero que esta necesitaba un líder supremo, un rey. Las repúblicas no tienen rey, César. Craso error, César.
El Senado pensó que acabando con César, la República estaba salvada. Craso error, la República llevaba ya bastantes años muerta.

Y lo más curioso de esta historia es que, los protagonistas directos en el caso de Craso, e indirectos en el de César, los partos, fueron doblegados efectivamente por un rey, como decían los libros sibilinos, el rey fue el Emperador de orígen hispano Trajano, pero 160 años después de todos estos errores.

 
Trajano

Como resumió Tácito, un joven de 19 años llamado Octavio Augusto, debajo del nombre de príncipe se apoderó de todo el Estado, exhausto y cansado con las discordias civiles, y un poquito harto de tanto craso error.










El Fuego de San Antón. XIV·I·MMXIII


Faltan unos días para que en la villa de Abla volvamos a celebrar el día de San Antón. La tradición establece que la víspera de San Antonio Abad, es decir el día 16 de Enero por la noche, los vecinos se reúnan en torno a la hoguera que se prepara en la Plaza de San Antón y degusten los vinos de la tierra, y las “rosas” o palomitas de maíz, dejando la ermita abierta para que el Santo vea la lumbre de su plaza.

También es cierto que la parte alta del pueblo se suma a esa celebración haciendo otras fogatas vecinales, y de igual modo unos días después, la víspera del día 20, día de San Sebastián, la otra mitad del pueblo vuelve a encender hogueras siguiendo la misma tradición que para San Antón.
 
 


Pero, ¿por qué se encienden estas hogueras?

Para conocer la respuesta primeramente hay que aclarar que la tradición de encender fuego no es exclusiva de Abla, esta tradición es compartida por innumerables poblaciones de España y de Europa, tradición que se pierde en las tinieblas de la historia. Intentaremos explicar esta tradición dejando al lado la opinión más extendida que se basa en establecer el fuego como elemento purificador y asemejando esa tradición incluso con las hogueras de San Juan, cuando nada tiene que ver como veremos.

San Antonio Abad, San Antonio el Grande, o San Antón como mejor lo conocemos, ocupa un puesto indiscutible en la tradición del pueblo cristiano español, este Santo ha sido representado por numerosos artistas e incluso también por Velázquez, autor no muy propenso a representar santos. Empezaremos resumiendo brevemente la vida de este Santo tan venerado.


"San Antonio Abad y San Pablo Ermitaño" Velázquez.


La vida de San Antonio Abad es mundialmente conocida gracias a que San Anastasio, que lo conoció en vida, escribió sobre él la que es considerada hoy como la más antigua hagiografía sobre un santo que se conserva.

San Antón nació en cerca de Menfis, en Egipto, en el año 251. Quedó huérfano muy joven heredando una suma más que considerable de bienes, lo que le hubiese permitido vivir en la opulencia el resto de su vida. Pero un buen día al entrar en un templo cristiano, escuchó el pasaje del Evangelio de San Lucas en el que un joven rico le pregunta a Jesús sobre lo que tiene que hacer para conseguir la vida eterna y al que Jesús le respondió;
[Todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme.]

San Antonio no dio muchas vueltas, vendió sus bienes, repartió el dinero entre los pobres, y a su hermana pequeña la dejó al cuidado de unas piadosas cristianas, marchándose luego a vivir al desierto. Vivió 105 años, falleciendo en el monte Colzim, cerca del Mar Rojo.

También sabemos que nunca perdió un diente, su vista era impecable y que a pesar de su edad, 105 años, tenía una salud inquebrantable mostrando incluso mejor tono de piel que muchos de los jóvenes que le acompañaban. Su muerte es relatada de esta forma;
[Después de pocos meses cayó enfermo. Llamó a los que le acompañaban –había dos discípulos que llevaban vida ascética desde hacía quince años y se preocupaban de él a causa de su avanzada edad- y les dijo: “Me voy por el camino de mis padres, como dice la Escritura pues me veo llamado por el Señor. En cuanto a ustedes estén en guardia y no hagan tabla rasa de la vida ascética que han practicado tanto tiempo. Esfuércense para mantener su entusiasmo como si estuvieran recién comenzando. Distribuyan mi ropa. Al obispo Anastasio denle la túnica y el manto donde yazgo, que él me lo dio pero que se ha gastado en mi poder; al obispo Serapión denle la otra túnica, y ustedes pueden quedarse con la camisa de pelo. Y ahora, hijos míos, Dios los bendiga. Antonio se va y no está más con ustedes.”]

Pero lo más importante no es su muerte sino su vida ya que muchos cristianos empezaron a irse a vivir junto a San Antonio fundando la primera comunidad de ermitaños de vida común de la historia, por ello este Santo siempre tuvo una gran influencia en todas las ordenes monacales que se sucedieron. De hecho y como ejemplo, en el Origen de los Padres de la Orden Libanesa Maronita empiezan diciendo;
[En 1695, los tres religiosos fundadores decidieron seguir, de común acuerdo, la Regla de San Antonio El Grande, Padre del Monacato…]

Tampoco debemos olvidar la influencia espiritual de este Santo en la reforma del Carmelo, por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

Sin extendernos mucho más en la vida de este Santo marchémonos unos siglos más adelante para comprender la tradición del fuego e incluso otros aspectos como la representación del cerdo a sus pies o como lo llamamos cariñosamente el “marranico de San Antón”.

San Antón por propia voluntad fue enterrado en un lugar desconocido en el desierto para evitar peregrinaciones a su tumba, pero fue descubierta en el año 561 y trasladados sus restos a Alejandría, después se llevaron a Constantinopla y posteriormente a Francia, concretamente a la comarca del Delfinado donde se depositaron en un Monasterio Benedictino llamado Montmajour por unos caballeros que volvían de las cruzadas.

 
Monasterio de Montmajour.
 
En la Edad Media las epidemias estaban a la orden del día, la Peste Bubónica, la Lepra o la Sarna, diezmaban a la población europea un año sí y otro también. Pero hubo una enfermedad que fue especialmente temida incluso mucho más que la Peste por su extrema crueldad, hablamos del Ignis Sacer, Fuego maldito, o Ergotismo.

Los síntomas del Ergotismo se caracterizaba por la sensación de intenso frío y dolor en la parte afecta, seguida de ardor y erupciones vesiculosas que evolucionaban hasta adquirir el miembro dañado un aspecto lívido y purulento que, circunstancialmente, terminaba con la amputación espontánea del miembro. Era una enfermedad vascular que generaba una vasculopatía obstructiva periférica, con un síndrome de isquemia, que terminaba en una gangrena seca. Empezaban por la sensación de que literalmente te quemabas por dentro, afectando primeramente a las extremidades, puntas de los dedos, orejas, nariz, que lentamente se iban gangrenando, todo esto acompañado de alucinaciones y delirios, hasta que se moría por una infección generalizada con terribles dolores. Lo cruel de la enfermedad radicaba en que la mayoría de las veces se desmembraba un brazo u otra parte del cuerpo estando el enfermo con sus facultades mentales intactas, siendo consciente totalmente de lo que sucedía.
 
 
"Los mendigos" Pieter Brueghel.
 
 
Mucho más tarde se supo que el Ergotismo estaba provocado por un hongo que produce el centeno llamado “Claviceps Purpurea” vulgarmente “el cornezuelo del centeno”. Pero en la Edad Media no se sabía esto y la mayoría de los pueblos europeos consumían pan de centeno que era más barato que el de trigo, por lo que la enfermedad se contempló como una peste más, de las muchas que había.


Espigas de centeno con el hongo Claviceps Purpurea.
 
Los enfermos no tenían ninguna institución sanitaria donde asistir a que les trataran, así que solían dirigirse a los Monasterios y a los Santuarios en busca al menos de un consuelo Divino.

Sucedió que manifestándose esta enfermedad en Francia entre el 1085 y el 1095 destacó y se hizo famoso el Monasterio de Montmajour, cerca de Vienne capital del Delfinado, donde como hemos apuntado antes se encontraban los restos de San Antonio Abad. Allí se creó una fraternidad llamada “Los Hermanos Hospitalarios de San Antonio” o los “Antonianos” como se les bautizaría rápidamente. Eran personas con amplios conocimientos en medicina y un mayor corazón caritativo, que se dedicaban expresamente a tratar a estos enfermos bajo el patrocinio de San Antón. Y se hizo famoso porque por todos lados corrió la noticia de que todos los que visitaban el Monasterio sanaban milagrosamente.

Lo cierto es que los Hermanos de San Antonio no hacían nada especial en un principio, solían aplicar hierbas medicinales a los enfermos, y para alimentarles criaban sus propios cerdos y cultivaban sus huertas, bueno mejor dicho, los cerdos campaban libremente por los campos comunales y por las villas cercanas llevando al cuello una campanilla para que todo el mundo supiese que eran los cerdos de San Antón y los respetasen.

Y sin saberlo, mediante la aplicación de bálsamos milagrosos como el “bálsamo de San Antón” y el “Santo Vinagre”, además de una sana alimentación compuesta por pan de harina de trigo, buen vino y un mejor jamón empezaron a sanar a muchos enfermos, su fama fue tal que crearon un gran “Hospital” al que llamaron el “De los Desmembrados”.

En 1297 una bula del papa Bonifacio VIII los convirtió en Orden religiosa y llegaron a tener en Europa la nada despreciable cifra de 397 hospitales.

También tenían costumbre de hornear unos panecillos con la Tau “T” grabada en ellos, de harina de trigo sin sal ni fermentos, lo que aliviaba al instante al enfermo.

La Tau “T” es la última letra del alfabeto hebreo y era el símbolo que adquirió San Antonio en vida y también San Francisco de Asís el cual visitó un hospital de San Antonio en su peregrinación a Santiago de Compostela, símbolo que sería incluso empleado como firma por el fundador de la Orden franciscana. San Antonio y los miembros de su posterior Orden la llevaban dibujada en sus túnicas. Hoy en día se suele repartir el famoso panecillo de San Antón entre los asistentes a los oficios religiosos.


Tau.
 
Los Hermanos de la Orden de San Antonio al empezar cambiando la dieta de pan de centeno a los enfermos cortaban los efectos de la enfermedad casi al instante, luego al amputar los miembros afectados y aplicar la medicina natural para cortar la infección, provocaba una mejoría completa del enfermo. Por ello a partir de ahí a esta enfermedad se le conoció como “Fuego de San Antón”. Se hizo tremendamente popular que sólo bajo la protección de San Antón se curaba el Fuego Maldito que afectaba al enfermo.

Conforme se fue conociendo que el problema radicaba en consumir pan de centeno contaminado por el cornezuelo dejaron de producirse casos en Europa de Fuego de San Antón, quedando los hospitales sin uso, por lo que en 1791 se extinguiría la Orden mediante un breve pontificio de Pío VI.

Hace pocos años una reciente investigación en una Universidad Norteamericana puso de manifiesto que aunque hubo un claro ejemplo de casualidad al utilizar pan de harina de trigo, los Hermanos de San Antonio tenían un impecable conocimiento médico para la época ya que el famoso “Bálsamo de San Antón” combinaba hojas y granos de diferentes plantas, como acelga, berza, nogal, saúco, tusílago, ortiga, sanícula y ruda, con adición de grasas animales (cerda y carnero) y también de resina y aceite de oliva, consiguiendo un ungüento poderosamente antiséptico por la presencia de trementina y acetato de cobre. También el “Santo Vinagre” estaba compuesto por catorce plantas, gran llantén, llantén lanceolado, amapola, verbena, ranúnculo bulboso, escrofularia acuática, ortiga blanca, grama rampante, verónica, genciana, dompte-veneno, trébol blanco, juncia y sacanda. Estas plantas sedativas, narcóticas o vasodilatadoras se mezclaban con vinagre y miel. Trituradas, hervidas y maceradas, servían para la elaboración de emplastos, jugos, zumos y decocciones o también para ungüentos destinados a llagas abiertas y úlceras.

Pero el recuerdo hizo la tradición, ya el Santo sería representado con el cerdo a sus pies con su campanilla para que nadie le dañase, se seguirían horneando sus panecillos, y se encenderían las hogueras en recuerdo de la victoria sobre el Fuego Maldito.

Y aunque el paso del tiempo hace que mantengamos tradiciones sin saber muy bien el porqué de ellas, de alguna manera ya para siempre quedaría en la memoria colectiva de los distintos pueblos y comunidades este hecho histórico, por ejemplo en nuestro pueblo, algunos mayores aún recitan este refrán;

Viva San Antón Bendito,
el Bendito San Antón.
Nos libre de las epidemias
y nos de su protección.
Pedid de la plaza para arriba,
que es nuestro deber.
Y si algo falta,
bajad para abajo también.


Imagen de San Antón. Abla.


Seguramente los primeros repobladores cristianos que vinieron a nuestro pueblo nos trajeron esta tradición, y el hecho de que sólo se enciendan las hogueras en la parte alta del pueblo parece indicar que la parte baja quedaba bajo la protección de San Sebastián al que se le celebra de la misma forma y al que se le pedía también la protección contra las epidemias, de hecho San Sebastián es el Santo al que más se le ha invocado para la protección contra epidemias de toda la historia.

Pero lo más curioso es que hay otro Santo al que también se le celebra en Abla y que está estrechamente vinculado a la protección de las epidemias, especialmente de la Peste Bubónica, hablamos de San Roque.

Pero este artículo es para San Antón, porque pasé los primeros cinco años de mi vida viviendo frente a su ermita, así que no se molesten San Sebastián ni San Roque y esperen a tener el suyo.