Juan Sánchez. Crónica de una muerte anunciada. XIX·XII·MMX

En la pasada entrada recordamos la figura del doctor Joaquín Sicilia y Gallego y el magnífico relato que hizo sobre la epidemia de cólera morbo de 1855. Hoy he querido volver a hacer hincapié en este personaje,  y hoy vamos a poner la mirada un poco más atrás.




En el periódico médico nacional "Archivo de la medicina española y estrangera"  volvemos a encontrar un relato de nuestro querido paisano, concretamente en el número 4, tomo I, fechado en abril de 1846, página 279, nuestro doctor nos relatará el  caso de Juan Sánchez, caso que creo merece un lugar en este blog, dice así;  
Juan Sánchez, natural de Abrucena, edad 24 años, temperamento sanguíneo y ejercicio pastor, en vísperas de pascua desolló un cabrito que, según el lenguaje de los pastores, había muerto de endeblez.

A los pocos días le apareció un grano (según dijo) con picazón en el lado derecho del cuello sobre el músculo externo cleido-mastoideo, cerca del ángulo de la mandíbula. Vivía en un cortijo y por consejo de la familia se aplicó un parche de excremento de puerco; pero el mal fue creciendo y por fin se determinó que viniese a Abla en busca mía.

El día 29 de diciembre, primero de observación, noté los síntomas siguientes: inquietud y temores respecto a su porvenir; pulso lleno y frecuente, ojos brillantes, ronquera, disnea y tos seca, dolor de cabeza gravativo, lengua cubierta de una ligera mucosa, poca sed, anorexia, tumefacción edematosa del lado derecho de la cara, cuello y parte superior del pecho, y en el punto indicado una escara gangrenosa. Por de pronto le mandé una sangría del brazo de diez onzas, dieta de sustancia de arroz, y una cataplasma emoliente al punto afecto, dudoso de su verdadera naturaleza, porque no presentaba todos los caracteres de pústula maligna, y no pudieron darme noticia exacta sobre el modo de aparecer. Por la tarde se repitió la sangría, y la disnea remitió. El mismo plan por la noche, añadiendo solamente una infusión de manzanilla con unas gotas de amoniaco, con la advertencia de que me llamasen si ocurría alguna novedad. En efecto, serían las cuatro de la mañana del día 30 cuando me llamaron y le encontré con aumento de todos los síntomas: la tumefacción no permitía abrir el ojo derecho, producía constricción en el cuello, el pecho estaba tumefacto y erisipelado, y había flictenas alrededor de la escara. Le mandé administrar el viático: circunscribí la escara gangrenosa con incisiones que solo interesaron la piel y tejido celular subcutáneo, y apliqué el cauterio actual a la escara. Como esta era extensa y el cauterio no la cubrió toda, quedó un punto sospechoso, y resistiendo el enfermo otra nueva aplicación del cauterio actual, me valí de la pasta de Viena; pero no habiendo graduado bien su aplicación, continuaban los síntomas en aumento hasta que por la tarde hice otra nueva aplicación de dicha pasta, y desde aquel momento dejaron los síntomas de agravarse. Le mandé unos fomentos de quina y alcanfor al sitio afecto, e interiormente un cocimiento de corteza de encina y quina, y caldo.

Día 31. Pulso sumamente débil; la escara no progresaba, pero el tejido de la circunferencia permanecía débil: adipsia, capa de la lengua mas gruesa, peso al epigastrio. Los demás síntomas lo mismo.
Prescripción: Un emético; fomento de aguardiente alcanforado, caldo con la adicción de una cucharada de vino generoso.

Día 1 de enero. La voz más clara, el pulso más reanimado, la escara limitada por un círculo rojo, la tumefacción había disminuido mucho y la constricción del cuello no era tanta: había algún apetito.
Prescripción: La misma menos el emético.

Día 2. Rotura de flictenas; principiaba la supuración; había sed, lengua encendida y seca sin apetito, dolor al epigastrio, fiebre.
Prescripción: Naranjadas, cataplasmas emolientes al epigastrio, enema emoliente y caldo de pollo: suspensión de los demás remedios internos y continuación de los externos. Por la tarde había desaparecido la sed, la lengua estaba de color natural y no se advertía dolor al epigastrio, apetito, caldo de gallina.

Día 3. Podía abrir los ojos, no había tos ni constricción en el cuello: alrededor de la escara se había establecido la supuración, y de nuevo se presentó el apetito.
Prescripción: Ungüento digestivo para curar la escara y media ración.

Día 4. Seguía mejor y se levantó: ración.

Día 5. En este día me manifestó que quería irse a su cortijo; pero le aconsejé lo dejase para el día 7.

Día 6. Seguía bien.

Día 7. Antes de ir a misa para marchar al cortijo, sintió alguna incomodidad en el estómago, que consistía en un ligero dolor ardoroso y se le advirtió un poco de amarillez, no obstante lo cual fue a misa; pero no bien hubo llegado a la iglesia cuando sintió un dolor fuerte en el estómago y una sensación muy grande de ardor, frío en las extremidades y desmayos. Se le trasladó a la casa y sobrevino un vómito de sangre. Al momento me llamaron y le prescribí una sangría del brazo de diez onzas, cataplasma de hielo al vientre, que no quiso resistir, y una cucharada pequeña de posca helada, de tres en tres minutos: de dos en dos horas una dosis de cocimiento de raíz de ratania. A las doce de este día repitió la gastrorragia y le añadí paños fríos de oxicrato al vientre. Serían las diez de la noche cuando fui a verle y le encontré con el pulso muy pequeño, nauseas, lipotimias, frío en las extremidades y demás síntomas que indicaban otro ataque, por lo que pronostiqué una muerte próxima. Le mandé además lavativas y limonada sulfúrica.

En esta misma noche expiró con un vómito.

Hasta aquí el Sr. Sicilia.

El doctor nombraría a su estudio "Observación de una pústula maligna, o carbunco, que se contuvo por los medios ordinarios; sucediendo en seguida una gastroragia que ocasionó la muerte" .

Desde el periódico se haría la siguiente reflexión;

Si bien en lo relativo a la pústula maligna o carbunco que padeció este enfermo, no hay cosa que salga del orden natural, siendo notable únicamente la eficacia de los medios terapéuticos empleados, cuando ya se encontraba el mal muy adelantado; merece llamar la atención la enfermedad que vino a poner término a su vida, por si hay alguna relación entre ella y la que precedió que nosotros consideramos más bien como un carbunco que como una pústula maligna. ¿Existiría tal vez un carbunco en el estómago o los intestinos, como los que tantas veces han observado los veterinarios en las vísceras de los animales, y por eso la hematemesis que sólo puede considerarse como sintomática? ¿No pudiera servir en apoyo de esta opinión el ardor abrasador que experimentó el enfermo? De lamentar es que la autopsia no haya ilustrado este caso tornándole más útil para la ciencia; pero raras veces pueden proceder a ella los profesores de los pueblos, siquiera sean tan celosos y aplicados como lo es el autor de esta observación.

El carbunco nos puede parecer una enfermedad un tanto desconocida hoy en día, pero si en vez de carbunco la llamásemos por el nombre que hoy es conocida "Anthrax" la percepción cambia ya que es una infección ligada a la guerra bacteriológica. Pero el hecho es ese, Juan Sánchez murió por "Anthrax" infección común en los peleteros y ganaderos de la épòca ya que era transmitida por el ganado al hombre.

La historia nos ha llevado a conocer un poco a D. Joaquín Sicilia y Gallego, el médico de Abla que llegó a ser médico del Rey, pero el presente suele dar más sorpresas que el pasado, y para mi ha sido una grata sorpresa saber que desde noviembre de 2006, el Director del Instituto Anatómico Forense de Madrid es D. Eduardo Andreu Tena, el cuál es tataranieto de nuestro paisano D. Joaquín Sicilia y Gallego.


Joaquín Sicilia y Gallego y su tataranieto Eduardo Andreu Tena

Entre estas dos imágenes hay más de 160 años de diferencia, pero en la sangre y en el espíritu no hay ni pizca de diferencia... y eso me encanta.

Abla 1855. Amar y fumar en tiempos del cólera. XII·XII·MMX

De todos los abulenses es conocido que D. Joaquín Sicilia y Gallego fue médico-cirujano de Abla a mediados del siglo XIX y quizás uno de los abulenses más ilustres de toda nuestra historia. 


Joaquín Sicilia y Gallego

Se sabe que su vida transcurrió a caballo entre Abla y Madrid, y que en enero de 1848 ingresa en la Sociedad Médica de Socorros Mutuos, también es nombrado médico forense de Madrid en 1862, y sabemos que ejerció en el distrito de Lavapiés en 1882 y principalmente que fue médico del Rey.

También participó en 1880 como médico forense en el estudio psiquiátrico del reo Francisco Otero González, el cual había atentado contra Alfonso XII el 30 de diciembre de 1879.

También hay que reseñar que fue hermano del afamado farmacéutico Juan Sicilia y Gallego.

Pero D. Joaquín Sicilia y Gallego principalmente nos es familiar por ser el abuelo materno de Joaquín Tena Sicilia, el médico-pediatra que dio nombre al colegio de Abla.

Aparte de todos estos aspectos de su vida y obra, quizás la labor más importante que realizó para nosotros es la de recoger y publicar sus experiencias como médico de Abla, sobre enfermedades comunes y especialmente relatar casi de forma escabrosa la epidemia de Cólera Morbo de 1855, que mató a 3.928 almerienses entre el 9 de junio y el 4 de octubre y que en España se cobró 236.744 vidas de 15.454.514 de habitantes que tenía en ese entonces el país, lo que a cifras de censo actual hoy supondría la muerte de más de 750.000 personas, nos podemos hacer una idea de la magnitud de la epidemia de 1855.

D. Joaquín Sicilia y Gallego firma el estudio preliminar de la epidemia de cólera el 6 de agosto de 1855, explicando que no pudo estudiar la anterior epidemia de 1834 pues aún no era médico, pero sí detalla que estudió a varios autores que la analizaron en su momento, y él divide la enfermedad en cuatro estados o fases y empieza a relatar;
[…Desde mucho tiempo antes de aparecer el primer caso de cólera en esta villa de Abla, que ocurrió el 14 del mes de junio en los molinos del río, se notaba en la población y en los cortijos que se padecían diarreas y cólicos biliosos, y con más generalidad unas calenturas catarrales gástricas que se anunciaban por un escalofrío seguido de dolor de cabeza supraorbitario. Dolor general de miembros, amargor de boca, lengua blanquecina en el centro y algo amarillenta hacia la base con encendimiento de las papilas en su punta…]
[…Este estado, que le podré llamar catarral gástrico-bilioso, se deja sentir en la villa de Abla, en Ocaña, Doña María y Abrucena, que son los pueblos que yo visitaba de continuo.]
El médico continúa relatando todos los síntomas y las medidas que cree se deben tomar para combatir la enfermedad en sus distintas fases, y de ahí pasa a relatar el efecto en los vecinos de estos pueblos a modo de ejemplo de comportamiento de la enfermedad, en sus diferentes estados;
[Diego López Gómez, molinero, de treinta y cuatro años de edad, constitución endeble, fue acometido de la diarrea colérica y no hizo caso, antes al contrario lo tomó a risa y de sí mismo se burlaba, de una diarrea que no producía dolor ni grave incomodidad; siguió así y no vio a ningún médico, porque hasta tenía apetito: a los cinco días se agravó y al momento de haberse declarado el segundo periodo vino el tercero y expiró.]
[José Ortega Castellano, de Ocaña, fue invadido de la misma diarrea, me vio y le mandé sudar y que guardase dieta. En vez de obedecer, se marchó a un cortijo a segar; allí fue invadido y murió.]
[En el mismo periodo de aumento, un día en que pasaba visitando de casa en casa en Ocaña, vi una mujer embarazada, tendida en el suelo, y oficiosamente me llegué a ella y la encontré en el primer periodo y con la diarrea colérica; se presentaba indicación de sangría que se hizo, la mandé sudar y a dieta, y a los tres días estaba buena.]

El médico utiliza los ejemplos prácticos de pacientes para desarrollar su teoría de cómo combatir la enfermedad en los que se ve como sana también a Jose Antonio Rodríguez, natural de Nacimiento y a José López, molinero del que no nombra su domicilio pero que podemos suponer de Abla.

Luego expone la teoría de que la depresión o bajo estado de ánimo, puede hacer saltar la enfermedad del primer al segundo periodo rápidamente, mostrando dos ejemplos de fallecidos por “pesimismo”.

D. Joaquín llega a la conclusión de que todo aquel que llega al tercer estado de la enfermedad, es muy difícil que sobreviva a la misma.

También resulta evidente el desconocimiento que había en la época sobre la enfermedad, pues el doctor no quiere entrar a discutir sobre las causas, y cita vagamente a otros médicos que opinan que la epidemia puede ser trasmitida por la electricidad o por las constelaciones.

Y acabará su estudio con el relato de todas las medidas que ha tomado como médico para atajar la enfermedad, relatando algunos casos exitosos en los que incluso llega a curar a enfermos en un tercer periodo, y continuando con la tesis general de la época achaca el mal a una propagación atmosférica pero sin poder determinar las causas o el agente propagador y terminaría diciendo;
[…Si por este trabajo insignificante, pero que he robado a mi corto descanso, consiguiese ser útil a un enfermo siquiera, todos mis desvelos quedarán premiados, satisfecha mi ambición y alcanzada mi gloria.]
Algunos años después, en 1865 saldría publicada en el periódico La España Médica, un suplemento de nuestro doctor Joaquín Sicilia sobre otros datos que no había recogido en el anterior estudio, para discernir si el cólera se propagaba o no entre humanos, y aquí es donde contaría un suceso realmente dantesco, que dice así;
[Cuando en 1855 asistí a la epidemia en la provincia de Almería, ocurrió el siguiente caso. Era un labrador llamado Antonio Morales Ortiz, que vivía en un cortijo o posesión aislada, distante más de una hora de toda población; su familia se componía de la mujer y un niño que lactaba, una hija joven de 15 años y varios otros hijos jóvenes desde 7 años hasta 23. El de esta edad tenía una novia en la villa de Abla, y su futuro suegro fue invadido del cólera; la familia del novio no dejó de visitar al enfermo hasta que murió, y a los pocos días fue invadida la madre del novio, el hijo que lactaba, la hermana de 15 años y el padre, muriendo el niño y la joven. Parecía que el aislamiento, la gran elevación sobre las poblaciones y casi en la misma Sierra Nevada eran condiciones abonadas para presumir que no había de padecerse el cólera en aquella localidad; pero no fue así. Próximo a la villa de Abla a que me refiero, y como a un kilómetro de distancia hay otra que es la de Abrucena, que se libró de la epidemia en 1834. Esta población, situada en una colina de Sierra Nevada y más alta que Abla, pero mucho mas baja que el cortijo o posesión del caso anterior, parecía que en 1855, también iba a ser tan afortunada como en el 34, porque la epidemia decrecía en sus limítrofes y con su aislamiento y topografía se creía a salvo, pero habiendo bajado una mujer, esposa de un tal Urrutia, que estuvo asistiendo a una enferma de Abla, luego que se restituyó a su pueblo, fue invadida y murió, y por aquellos días se principió a notar algún caso de colerina, y el carácter y tendencia general de la enfermedad que por fortuna fue muy pasajera…]
Era terrible ver como la gente era capaz por amor de exponerse al cólera, pero D. Joaquín también relataría su caso y el del cura del pueblo, a los cuales les vomitaban encima los enfermos que trataban, sin llegar ninguno de los dos a contraer la enfermedad, ellos también amaron sin miedo en los tiempos del cólera, este hecho obsesionó a nuestro doctor, sin darse cuenta el buen hombre y buen médico que el agente propagador no era el aire, ni la electricidad, ni las estrellas, ni el hombre… era el agua.



En la anterior epidemia de 1834 se recomendaba en poesía como prevenir la enfermedad;
Vivir sin miedo, comer asado.
Verduras pocas, licor escaso;
Tertulias fuera, nada de teatros.
De noche en casa, andar al campo;
Pescado poco, y no salado.
No dormir siesta, o breve rato;
Del lecho alzarse, al sol bien claro.
Usar frecuentes, ácidos sanos;
Frutas jugosas, echar a un lado.
Melones e higos, ni imaginarlos;
El té y la salvia, usar con garbo.
Friegas al cuerpo, en despertando;
Y de franela, camisa encargo.
Heces y orina, lejos del cuarto;
Con buen vinagre recibir vahos.
Con el lavarse, la boca y manos.
De húmedo piso, los pies guardados.
Si el cuerpo suda, no ventilarlo;
Saliva fuera, si excede un tanto.
Fumar en pipa, anís y habanos;
Alcanfor siempre llevar guardado.
El chocolate poco cargado.
En todo tiempo huir de helado.
Especia poca en los guisados;
Pastelería poca y de paso.
Llevar el vientre aligerado;
Ropas de invierno en el verano;
Corteje a Venus el dios Vulcano,
ni una manzana del árbol vedado.

Sana conciencia, mental descanso
y no inquietarse aunque la cena se coma el gato,
o el ahumado salga estofado.

Parecerá graciosa la parte de la recomendación que dice “fumar en pipa, anís y habanos” pero nada más lejos de la realidad, el propio doctor Joaquín Sicilia anotaría en su informe;
[…Debo consignar una observación que hice en 1855 respecto al uso del tabaco, y es, que no se me murió entre los asistidos por mí, ningún fumador de pecho, o sea de los que aspiran el humo, y de los que estos fueron invadidos, que conté muy pocos, lo fueron de una manera muy benigna y pasajera. Por esto recomiendo mucho el uso del humo del tabaco y deseo que el que tenga proporción haga nuevos ensayos, por lo cual juzgo que si algún día esta enfermedad tuviese un específico, debería buscarse en el tabaco.]

Curioso, realmente curioso, lo que era amar y fumar en tiempos del cólera;
[Corteje a Venus el dios Vulcano, ni una manzana del árbol vedado]
[Fumar en pipa, anís y habanos]

Dictadores. En César sólo manda César. XXVII•XI•MMX

Tras la expulsión del último rey en el año 509 antes de Cristo, Roma decidió constituir una nueva forma de gobierno llamada República [Res publica], creando un nuevo magistrado al frente del Estado, el Cónsul.

Para no dejar el poder estatal en una sola mano, decidieron que serían dos cónsules los que gobernarían con igual poder cada uno, el cargo sería anual, y la decisión de un cónsul podría ser revocada por el otro, así nadie tendría el poder absoluto.

En el afán de rozar la perfección como Estado, incluso legislaron que cada cónsul no podría tener menos de 42 años de edad, garantizando así la experiencia.

Como ostentación cada cónsul sería acompañado por 12 lictores, cada uno de los cuales portaba un haz de ramas [fasces], con una o dos hachas insertas en su interior, que simbolizaba el poder para castigar y ejecutar.

Bruto y Publícola, primeros cónsules


Pasaron solamente diez años de gobierno republicano, cuando los romanos vieron necesario crear una nueva magistratura, la [Dictatura], para resolver situaciones críticas en las que se necesitara la decisión rápida y eficaz de una sola persona.

Esta magistratura estaría compuesta por un [Dictator, dictador] que a su vez elegiría un [Magíster equitum, lugarteniente o comandante].

La duración del cargo no sería superior a 6 meses, en los cuales el dictador tendría en sus manos todo el poder y nadie podría criticar ni censurar su labor, con la salvedad de que pasados los 6 meses del cargo, el dictador volvía a ser un ciudadano de a pie y podía ser juzgado por sus actuaciones anteriores. Y por supuesto si cada cónsul era acompañado por 12 lictores, al dictador le acompañaban 24.

Lictor


Aunque esa magistratura ahora nos pueda parecer alejada de un sistema democrático, fue una forma de gobierno totalmente regulada y que salvó a Roma del caos en varias ocasiones, incluso evitando alguna que otra guerra civil e invasión.

Como nota se puede decir que antes de la dictadura de Sila, en el año 82 a.C.,  fueron nombrados 85 veces dictadores en Roma, de los cuales muy pocos llegaron a cumplir los seis meses de gobierno, renunciando al cargo antes.

Como hecho curioso y digno de admiración está el ejemplo de Lucio Quincio Cincinato, el cual había abandonado toda actividad política y se dedicaba a la agricultura.

Cuando murió el cónsul Publio Valerio Publícola fue requerido por el senado para ocupar el puesto de cónsul suplente, ocupó el cargo y cuando finalizó volvió al arado.

Cincinato abandona el arado, Ribera


A los dos años de este hecho, fue llamado para salvar a Roma de la invasión de los ecuos y los volscos, otorgándole el senado el cargo de dictador.

Cincinato derrotó a los invasores en 16 días, tras los cuales rechazó todos los honores y el título de dictador y se fue otra vez a labrar el campo. Pero por si no fuera suficiente ejemplo de patriotismo y civismo, fue requerido otra vez 19 años después, cuando ya era un anciano de 82 años, y como no, volvió a ocupar el cargo de dictador salvando otra vez a Roma y abandonando el cargo de la misma manera.

Cincinnati, la ciudad del Estado de Ohio, en Estados Unidos, recibió este nombre en honor a Cincinato. Hoy se puede ver allí la estatua en su memoria.

Estatua de Cincinato, Cincinnati, U.S.A.


La leyenda que hay en la placa de la estatua explica el por qué;
Lucius Quintio Cincinnatus. Alrededor del 458 a.C. Aquí se puede ver al legendario romano, después de haber derrotado a los Ecuos y rescatar al ejército romano. Con una mano devuelve las fasces, símbolo del poder designado como dictador de Roma. Su otra mano sostiene el arado, ya que vuelve a la vida de un ciudadano y agricultor. Nuestra ciudad fue llamada así en 1790 por el gobernador Arthur St. Clair, miembro de la Sociedad de Cincinnati, una orden revolucionaria cuyo primer presidente fue George Washington. Dado a la ciudad para honrar el espíritu voluntario del ciudadano-soldado, Cincinnatus, `por miembros de la Asociación de Amigos de Cincinnatus.

Pero la magistratura quedaría corrompida y exterminada con los dos últimos dictadores que tuvo la República.

El 2 de noviembre del 82 a.C. el general Lucio Cornelio Sila Felix había tomado Roma por la fuerza, acabando con una guerra civil y proclamándose dictador.



Sila


Y la dictadura de Sila traería consigo algo desconocido para los romanos, las proscripciones, contra los partidarios de Cinna y Cayo Mario, que habían sido sus opositores en la guerra civil.

Se empezaron a colgar listas con los nombres de los “enemigos de la República”, se contaron por miles los muertos y perseguidos, aparte de ser confiscadas todas sus propiedades, lo que conllevó denuncias falsas simplemente para apropiarse de las propiedades de los proscritos. Apiano describe lo que sucedió así;

[…Inmediatamente Sila condenó a muerte hasta cuarenta senadores y cerca de mil seiscientos de los llamados “caballeros”. Parece haber sido el primero que estableció listas de personas condenadas a muerte, fijando recompensas para quienes las mataran o capturaran y castigos para quienes, en cambio, les dieran refugio. Después de poco tiempo, agregó más nombres a los de los senadores proscritos…Todo servía para acusarles: la hospitalidad, la amistad, el dar o recibir dinero prestado…]

Y después de toda esta locura, en el 79 a.C. Sila reunió a la Asamblea popular y declaró que renunciaba a los poderes dictatoriales. Licenció a los lictores y a la guardia personal y como antaño era costumbre, se declaró dispuesto a responder de sus acciones como dictador si alguien así lo deseaba.

No presentando nadie ninguna proposición, descendió lentamente de la tribuna y se fue a su casa tranquilamente. Se cumplía así un hecho histórico, había sido el único dictador que ocupando el cargo por la fuerza renegaba de él voluntariamente.

Pero hay una curiosidad que conviene destacar. Cuando Sila comenzó con las proscripciones, no sólo ejecutaba a los oponentes sino que intentaba dirigir la vida de los que quedaban vivos, y un episodio con uno de estos perdonados hay que reseñarlo.

Sila envió un mensajero a la casa del sobrino de Cayo Mario y yerno de Cinna que como hemos visto fueron sus oponentes, con la orden de que el joven se divorciase de su mujer si quería conservar la vida, el joven que no contaba con más de 18 años le dijo al mensajero;

"Dile a tu amo que en César sólo mánda César"
El joven era Cayo Julio César, y sorprendentemente Sila le perdonó la vida. El dictador, viendo la alegría que los senadores mostraron por su perdón les recriminó diciéndoles;

“Alegraos con su perdón, pero no olvidéis lo que os digo, porque un día ese joven de aspecto indolente e inofensivo causará la ruina de vuestra causa. ¡Hay muchos Marios en César!"
Hay que señalar que la guerra civil la provocaron Mario y Cinna dando un golpe de Estado a la República.

Efectivamente, ese joven, sería el que acabaría definitivamente con la República 37 años después.

Tras dar un Golpe de Estado contra la República, consiguió que le nombrasen dictador perpetuo, pero ni eso le bastó, el quería implantar una monarquía de derecho a toda costa, hablamos de monarquía de derecho porque la de hecho ya la tenía y lo que deseaba era una monarquía hereditaria, apropiándose de un término que sería perpetuado por su heredero y sobrino Octavio, Imperator.

Pero el 15 de marzo del 44 a.C. 23 puñaladas acabarían con el último dictador de Roma, Cayo Julio Cesar, 23 puñaladas acabarían con una magistratura que había sido fundamental en la República, 23 puñaladas acabarían con la República.


Asesinato de César



De este personaje hablaremos en otra ocasión.

De él nos queda un mes, julio, nombre que le puso al mes de su nacimiento, la cesárea, una dudosa atribución a la operación por la que nació del vientre de su madre, y la primera autopsia documentada de la que hay constancia, por la cuál se sabe que ninguna de las 23 puñaladas fue mortal, murió desangrado y nadie se ofreció a socorrerle.

Cuando hablamos de dictador nuestra mente nos lleva a imaginar los dictadores de nuestra época o los de un pasado no muy lejano, ciertamente los regímenes autoritarios se han apropiado de la simbología y la terminología con la que los romanos definían a esa magistratura, el águila imperial republicana, el término fascista de “fasces”, Zar de “Cesar”, Kaiser de “Caesar”, incluso Mussolini ordenó grabar “SPQR” en todas las alcantarillas de Roma.

Y es lógico que el  término dictador nos lleve a imaginar el cargo como algo negativo, pues ninguno de éstos dictadores de un pasado cercano o contemporáneo, ni fueron designados democraticamente para 6 meses, ni tampoco estarían dispuestos a abandonar el cargo para irse a labrar el campo, ninguno de los más recientes, ni tuvieron ni tendrán la más mínima dignidad de decirle a su pueblo;

"Aquí me tenéis, juzgadme por mis actos si lo creéis conveniente".
Y un último apunte ¿Seríamos capaces de decirle a un hipotético Sila lo mismo que le dijo Julio César? Seguramente no, y estoy seguro que denunciaríamos al vecino para quedarnos con sus propiedades.

Pero hubo un tiempo en el que no fue así, fueron 418 años en los que el cargo de Dictator era algo natural, constitucional y necesario.

Hicieron un desierto y le llamaron Paz. XVII•XI•MMX

Contaba con 12 años recién cumplidos cuando a la sombra de los naranjos en Andújar (Jaén) escuché por primera vez el relato de las Guerras Púnicas de manos del padre Ezequiel, el cuál compaginaba sus labores de docente en el Seminario con el cuidado de las plantas, empezó su relato por el final, explicándome como tras la destrucción de Cartago en el año 146 antes de Cristo, los soldados romanos labraron la tierra con sal para que jamás volviese a florecer vida en aquella ciudad del norte de África.

Cartago

Me contó como acabó así la existencia de la capital de la República Cartaginesa, y comenzó la hegemonía de Roma en el Mediterráneo.

El padre Ezequiel era consciente de que las preguntas fruto de mi curiosidad no tardarían en llegar, así pues, el domingo siguiente me acerqué a los naranjos y le hice dos preguntas:
-¿Por qué Roma llegó a tal extremo con esa ciudad? ¿No hubiese sido más rentable el sometimiento y no la destrucción?-.

Seguramente las preguntas no fueron expuestas en esos términos tan explícitos, pero lo que si recuerdo es la risa jocosa del padre Ezequiel que mirándome fijamente me dijo:
-La respuesta a esas preguntas y a la barbarie a la que es capaz de llegar el género humano se resume en una sola palabra, terror-.

Y comenzó a relatarme en episodios la historia desde el inició, comenzó explicándome como Roma había vencido en la primera guerra contra los cartagineses, que conocemos como Primera Guerra Púnica desarrollada entre los años 265 al 241 a.C.

En esta primera contienda Roma se apoderó de Sicilia que pasó a ser una provincia romana y tras la misma hizo que los cartagineses tuvieran que pagar una indemnización a Roma demasiado alta.

Aún no saciados los romanos, hicieron que Cartago tuviese que pagar otra indemnización más elevada que ya resultaba casi humillante en el 237 a.C., además de apropiarse de Cerdeña y Córcega que serían organizadas como provincias en el 227 a.C.



Fin primera Guerra Púnica

Polibio relataría que esa prepotencia de Roma y la humillación a la que se sometieron a Cartago sería la causa del inicio de la Segunda Guerra Púnica.

Pero no sólo esa humillación que describía Polibio sería suficiente motivo para comenzar otra guerra.

Inexplicablemente los cartagineses decidieron pagar a Roma y para ello tuvieron que expandir los dominios que ya tenían por el sureste de Hispania.

Los romanos por su parte temerosos de que Cartago tuviese el control de Hispania acordaron que bajo ningún concepto los cartagineses sobrepasarían el río Ebro.

Con la curiosidad de que según parece anteriormente los romanos habían concertado una alianza con Sagunto, ciudad esta que quedaba dentro de los límites cartagineses, por ello en la primavera del 219 a.C. el general cartaginés Aníbal puso sitio a Sagunto, hecho que supuso una declaración de guerra para Roma. La ciudad aguantó ocho meses el asalto pero al final fue tomada por Aníbal sin que los romanos socorriesen a la misma.

Roma envió a Cartago una embajada, dirigida por Quinto Fabio Máximo, exigiendo que se les entregara a Aníbal y los senadores que le habían acompañado. Tito Livio lo describiría así;

[…Quinto Fabio alzando la parte anterior de la toga como si hubiera algo dentro de ella, dijo: -Aquí os traigo la guerra y la paz, ¡elegid!-. Los cartagineses respondieron: -¡Elige tú mismo!-. Entonces dejando caer la toga, Quinto exclamó: -¡Os doy la guerra!-, a lo que los presentes exclamaron que la aceptaban y que la conducirían con la misma decisión con la que la habían elegido…]

Quedando la guerra declarada a comienzos de la primavera del 218 a.C. el Senado romano decidió dar dos golpes contundentes, por un lado envió a España al ejército del cónsul Publio Cornelio Escipión, y el otro cónsul, Tiberio Sempronio, debía dirigirse a África.


Escipión el Africano

Pero en una maniobra genial y que aún hoy es admirada, Aníbal se dispuso a conquistar la península Itálica atravesando con su ejército los Alpes, en una demostración de fuerza insólita hasta el momento.



Aníbal

Derrota tras derrota los romanos tuvieron que soportar con temor la presencia en Italia de los cartagineses, hasta que el 2 de agosto del 216 a.C. en la llanura cercana a Cannas ese temor se transformo en terror. Los informes que fueron enviados a la ciudad de Roma sobre la batalla dejaron sumidos en el pánico a todos sus habitantes. De 80.000 romanos que lucharon, 70.000 murieron en la batalla, el resto de los romanos huyeron o fueron hechos prisioneros, además había que sumar a la catástrofe la muerte en la batalla de uno de los cónsules, Lucio Emilio Paulo.

Y extrañamente después de Cannas, Aníbal teniendo todo a su favor para asestar el golpe definitivo a la ciudad de Roma, no la conquistó. Tuvo la oportunidad de cambiar el curso de la historia para siempre y no lo hizo.

Su comandante de caballería, Mahárbal, le recriminaría;

[…La verdad es que los dioses no se lo conceden todo a una misma persona.
Sabes vencer, Aníbal, pero no sabes aprovechar la victoria…]


Y como si de un partido de fútbol se tratara, en el que, quien perdona termina perdiendo, en el 202 a.C. en la batalla de Zama, Roma vencería definitivamente a los cartagineses, curiosamente en la única batalla que perdió Aníbal.

Las consecuencias fueron para Cartago desastrosas, seguiría siendo un Estado independiente, pero quedaba privado del derecho de declarar cualquier guerra sin el consentimiento del pueblo romano, por supuesto los cartagineses tenían que pagar todos los daños de guerra e incluso mantener las tropas de Roma en suelo africano con su dinero durante tres meses, Cartago perdía también todas sus posesiones fuera de África, y por si no fuese suficiente, debían entregar 100 rehenes a Roma que serían elegidos por Escipión, que a partir de ahí sería apodado como “el Africano”.


Fin segunda Guerra Púnica

Pero aunque Roma venció en esta guerra, el miedo continuó instalado en la sociedad civil, el término “Hannibal ad portas” “Aníbal en las puertas”, se convirtió en una alocución para definir el terror romano, terror que fueron transmitiendo a sus hijos.

Ese miedo se hizo tan generalizado que incluso Marco Porcio Catón en sus discursos solía terminar diciendo;

[…Ceterum, censeo Carthaginem esse delendam]
[…Por lo demás, pienso que Cartago debe ser destruida]

Y por supuesto, pasados ya 50 años desde que Aníbal estuviese "ad portas", Roma buscó un pretexto para acabar con sus miedos y no fue otro que hacer que Numidia incitara a que Cartago le declarase la guerra, lo que supuso una violación del tratado de la anterior contienda que les obligaba a no iniciar ninguna guerra sin el consentimiento romano.

Las embajadas que los cartagineses enviaron para no provocar la guerra contra Roma no sirvieron de nada, y el ejército consular romano ya estaba preparado para la guerra, esto ocurría en el año 149 a.C.

Los cartagineses se rindieron sin condiciones, a cambio los romanos les pidieron 300 rehenes de las familias más poderosas de Cartago, les pidieron también todas las armas y provisiones militares que tuviesen, y todo esto fue entregado sin objeciones por parte cartaginesa, en un último intento quizás de evitar una nueva contienda con Roma.

Pero una última petición mostraba las verdaderas intenciones de Roma. Cartago debía ser destruida y sus habitantes no podrían volver a habitar a menos de 15 kilómetros de la costa.

Esta petición demostraba la crueldad de Roma, pues era consciente de que un pueblo como el cartaginés que tenía su fuente de riqueza en el comercio marítimo, quedaría abocado al exterminio. Entonces la población enloqueció y asesinaron a todos los itálicos de la ciudad, incluso asesinaron a sus propios líderes y en una última muestra de heroicidad decidieron defender Cartago a toda costa. Empezaron a forjar armas día y noche, liberaron a los esclavos para contar con más efectivos y reforzaron todos los muros de la ciudad. Cuando los romanos llegaron a las puertas de la ciudad se dieron cuenta de que increíblemente Cartago estaba preparada para la defensa.

Pasaron los años, y el Senado romano viendo que la resistencia de Cartago ya resultaba vergonzosa, decidió poner al frente del ejército al cónsul Publio Cornelio Escipión Emiliano, hijo adoptivo de Escipión el Africano y que tenía solamente 35 años, hecho que demuestra la desesperación de Roma, al nombrar un cónsul tan joven.

En la primavera del 146 a.C. el ejército romano con Escipión al frente consiguió entrar dentro de la ciudad, durante seis días y seis noches los combates se produjeron dentro de la misma, y una comisión enviada por el Senado decidió que la ciudad debía ser reducida al nivel del suelo. Tras maldecir el lugar donde se había alzado, trazaron surcos con el arado y sembraron sal.

Cuentan las crónicas que Escipión, anduvo contemplando la destrucción y llorando amargamente, mientras repetía una y otra vez que algún día Roma se vería así.

Se ponía de manifiesto como una civilización, la romana, por el miedo no superado a ser destruida, acabó con otra, la cartaginesa.
Lo gracioso es que Catón murió en el 149 a.C. sin poder llegar a ver su obra.



Catón

El padre Ezequiel terminó su relato con la famosa frase que había empleado el historiador romano Tácito para describir la destrucción de Cartago:

[…Solitudinem fecerunt, pacem appelunt]
[…Hicieron un desierto, y le llamaron paz]




Tácito

Normalmente el estudio de la historia debe servir sobre todo para conseguir que los errores del pasado no nos superen en el futuro.

Pero desgraciadamente no aprendimos la lección, y en un pasado más reciente tuvimos nuestro propio desierto llamado paz, y no fue otro que la expulsión de los moriscos a finales del siglo XVI y principios del XVII. Es cierto que los moriscos se revelaron, es cierto que cometieron atrocidades, pero también es cierto que se les provocó de igual manera que los romanos provocaron a los cartagineses.


Grabado de la expulsión de los moriscos, 1610, anónimo

Podemos ofrecer un dato terrible que muestra las consecuencias de esta guerra en nuestro entorno más cercano.

¿Sabéis cuantos habitantes estaban censados en nuestros pueblos en 1593?

Pues 65 en Abla, 60 en Abrucena y 120 en Fiñana, en total en estos tres pueblos 245 habitantes, sinceramente dantesco.

Aparte del desastre humano que supuso, el mayor desastre fue la pérdida cultural y sobre todo la pérdida de la memoria, sí, de la memoria, de los recuerdos trasmitidos de padres a hijos que desaparecieron para siempre en estos pueblos.

Habíamos visto en la entrada anterior como los pedestales que fueron arrancados del mausoleo romano de Abla, terminaron colocados en el castillo de Fiñana, pero un relato que se encuentra en la declaración de uno de los vecinos, Cristóbal García, fue omitido por mi;

[…sacaron los vecinos de Fiñana dos piedras que hoy están en la puerta del castillo y sobre el llevarlas hubo una muy grande pendenzia y una guerrilla de pedradas entre los de Fiñana que las llevaron y los moriscos de esta villa que las defendían…]
Curiosamente esos moriscos de Abla fueron los únicos que defendieron nuestro patrimonio histórico a pedradas y sobre su memoria nos dispusimos a sembrar sal, tanta sal como la que se sembró en Cartago.

Creo que después de tantos años deberíamos haber aprendido algo, porque la historia juzga, podrá tardar siglos en juzgar, pero siempre dicta sentencia.

Mausoleo romano de Abla, el año del expolio. V·XI·MMX





Mausoleo romano de Abla
 

[… ¿Os dais cuenta hasta qué punto escribir historia es competencia del orador?... Pues ¿Quién ignora que la primera ley de la historia es no atreverse a mentir en nada? ¿Y a continuación el atreverse a decir toda la verdad? ¿Y que al escribirla no haya sospecha de simpatía o animadversión? Estos, naturalmente son sus cimientos que todos conocen: el armazón y construcción de la misma consta de lo narrado y de su expresión. La lógica de la narración exige un orden cronológico, así como una descripción del escenario; además exige –puesto que en los grandes acontecimientos y que merecen ser recordados el lector espera encontrar primero lo que se quería hacer, a continuación lo que ocurrió y por fin sus consecuencias- acerca de lo primero señalar cuál es la opinión del historiador, y que en la narración de los hechos quede claro no sólo lo que ocurrió o lo que se dijo, sino también de qué modo; que cuando se hable de los resultados, que se expliquen todos los factores debidos al azar, a la prudencia, o a la temeridad: y no sólo la actuación de los protagonistas en sí, sino la biografía y carácter de quienes puedan destacar por su fama o renombre. En cuanto a la expresión, hay que tratar de alcanzar un estilo anchuroso y apacible y que fluye con una especie de suavidad, sin sobresaltos y sin esa dureza propia de la oratoria judicial ni los puyazos dialécticos del foro…]
Sobre el orador II 62-63
Así describiría el filósofo y político Marco Tulio Cicerón las obligaciones de todo aquel que osare escribir historia.

Marco Tulio Cicerón
  
Y ciertamente, estas obligaciones serían posteriormente pasadas por alto por casi todos los que emplearon su vida a eso mismo, a escribir historia.

Se podría poner el ejemplo de cómo Sergei Kovaliov en su Historia de Roma, juzgaría de poco fiel a Tácito por sus intereses neo-republicanos al retratar a los emperadores como enfermos mentales, y al mismo tiempo de criticar ese aspecto de Tácito, el propio Kovaliov negaría  las persecuciones de los cristianos bajo el Imperio Romano, tildando este hecho histórico como “pequeños episodios aislados”.

También se podría poner el ejemplo de cómo Theodor Mommsen denigraría la figura histórica del propio Cicerón simplemente por ser contrario al Golpe de Estado contra la República de Julio Cesar, este último sumamente endiosado en la obra del autor alemán. O como La Vida de los doce Césares” de Suetonio sería utilizada como elemento histórico biográfico, cuando es conocido que este autor centraría sus descripciones en aspectos curiosos y chismorreos de palacio, pues esos cotilleos y anécdotas graciosas eran del gusto de los lectores romanos de la época.
Theodor Mommsen

 
Toda esta introducción del principio intenta explicar como esos vicios de los historiadores llevan a cometer errores, en algunos casos la persistencia en el error puede ser de cientos de años, y nos puede incluso llevar a conclusiones erróneas hoy en día.


La historia del expolio del Mausoleo romano de Abla es una historia de más de 500 años de antigüedad y que desgraciadamente hoy en día sigue motivando errores graves como veremos más adelante.

Corría diciembre de 1489 cuando fueron reconquistadas por las tropas de los Reyes Católicos las fortalezas de Abla, Abrucena, y Fiñana, hecho que junto con la posterior sublevación mudéjar de 1490 que obligó a la expulsión de los mismos, dibujaría un panorama totalmente diferente al existente en estos pueblos.

En esta época es donde aparecería el personaje D. Álvaro de Bazán como el alcaide de Fiñana, sería abuelo del primer marqués de Santa Cruz, Álvaro de Bazán y Guzmán.


Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz


Que durante esa época D. Álvaro de Bazán fue alcaide de Fiñana es sabido y quedaría demostrado entre otras cosas, por la orden que recibe de los reyes de ceder al obispado de Guadix, la mezquita principal para Iglesia con todas las posesiones y rentas que tuviese en tiempos de los moros, aparte de 4 casas y 3 huertos o alcarmenes para los beneficiados y el sacristán de dicha Iglesia.

Este hecho histórico quedaría reflejado en el siguiente Documento Real;    

[El Rey e la Reyna. Don Aluaro de Baçán o otro qualquier nuestro alcayde o repartidor de Fiñana. Nos vos mandamos que libremente dedes e asygnedes al obispo de Guadix o a su vicario o procurador en su nonbre la mezquita prinçipal de esa dicha villa de Fiñana para Yglesia con todas las posesyones e rentas que en tienpo de moros tenía e tiene e demás e allende le dedes e apliquedes quatro casas de las más conpetentes e çercanas que no sean juntas con las paredes della, e tres alcarmenes de los mayores e mejores que nos pertenezcan ca nos por la presente hazemos merçed dello para los benefiçiados e sacristán que por tienpo siruieren en la dicha Yglesia. Fecha en la villa de Santa Fe a XXI días del mes de março de mill e quatroçientos e nouenta e dos años. Yo el rey. Yo la reyna]
Otro hecho histórico recogido, es la importancia de este personaje en la reconquista de estos pueblos, que es relatado en un informe de la Real Academia de la Historia;


[…resolvio el dicho Don Aluaro de venir sobre la uilla de Fiñana que era el principal lugar de aquella frontera, fuera de Baza, pareciendole que quedando los moros tan maltratados no la socorrerian; combatiola cinco dias con sus noches, y al cabo fue entrada y tomada la villa y fortaleza, hauiendo muerto los moros alos capitanes Moreruela y Francisco de Aguero, y a Pedro de Bazan, primo hermano del dicho Don Aluaro y algunos otros hombres particulares, y hecha esta jornada y dejado proveyda la villa y fortaleza de gente y lo necesario, fue sobre las villas de Fabla y Caurucena, que son a tres leguas de la dicha Fiñana; combatio la villa de Fabla y tomola luego, y los moros de Caurucena huyeron desmanparandola y se fueron a Baza. Habiendo habido esta vitoria y estando los moros de Baza apretados por la guerra que se les hacia por aquella frontera pareció a los reyes Catolicos de embiar su ejercito sobre la dicha ciudad de Baça, cuando se ganó.]
Pero este personaje quedaría también en el recuerdo por ser el ejecutor del expolio llevado a cabo en el mausoleo romano de Abla, como veremos.

El 6 y 7 de marzo de 1629 los comisionados del obispado de Guadix llegaron a Fiñana y pusieron sus miradas y centraron sus investigaciones en dos piedras que servían de base al arco de entrada del castillo del pueblo.
Las piedras a simple vista y por las inscripciones eran de factoría romana alto-imperial y tras ser traducida una de ellas y la otra quedando ilegible, pasarían a tomar declaración a vecinos del pueblo para determinar de donde habían sido sacadas.

La sorpresa vendría cuando los vecinos de Fiñana, Juan de Salazar, Sebastián Ortiz de Olmos y Alonso Plaza declararán que han oído de los mayores del pueblo ya muertos que las piedras habían sido traídas de Abla, hacía muchos años y de una torrecilla antigua que hoy llamaban Hermita del señor San Sebastián.

Todas estas declaraciones serían confirmadas por los propios abulenses llamando la atención un nuevo dato que aportaría la declaración de Cristóbal Rodríguez que relataría lo que le habían contado ancianos como Diego de Bazán el Viejo, que había muerto hacía siete años y con más de noventa años de edad;

[...que dos piedras que están en la puerta del castillo de la villa de Fiñana su abuelo de don Álvaro de Bazán, marqués que fue de Santa Cruz y alcaide que era de dicho castillo, vino y con mano poderosa en compañía de mucha gente que trajo y quitó de una torrecilla que hoy es hermita de señor San Sebastián las dichas dos piedras cuyas señales de donde se sacaron están hoy patentes y se las llevaron a la dicha villa de Fiñana...]
Ya en el auto del 8 de marzo los comisionados anotarían;

[…hallaron que la dicha ermita es una torrezuela de obra muy antigua y en dos esquinas dos vacíos que son de donde dicen se sacaron las dichas dos piedras…]
El llamar torrezuela o ermita al mausoleo no fue algo extraño, ni en esa época ni hasta hace poco más de veinticinco años, pues hasta que D. Antonio Gil Albarracín lo estudiase en 1983 había servido para todo tipo de cosas, hasta como corral, pero fue en ese año cuando D. Antonio Gil se dio cuenta de que lo que tenía delante suya era un mausoleo romano, concretamente construido a finales del siglo II y bien catalogado por su magnífica bóveda de arista, en 1987 se descubrió la fosa sepulcral y en 2004 sería por fin declarado Bien de Interés Cultural por la Junta de Andalucía.



Gil Albarracín fotografiando la bóveda del mausoleo
 



Estracto de la bóveda de arista del mausoleo
  
Las piedras que fueron arrancadas de él nos dirían lo siguiente;


Pedestal honorífico a Septimio Severo

Imp(eratori) · Caes(ari) / Divi · M(arci) · Anto[nini] / Pii (hedera) Ge[rmanici] / [Sar]matici · fil(io) [Divi / Co]mmod[i fratri / Divi] Anto[nini Pii / nepoti] Divi (hedera) Had[riani / pro]nep(oti) · Di[vi Traiani] / Parth[ici abnepoti Divi Nervae adnepoti L(ucio)] / Se[ptimio Severo Pio Pertinaci i]nvict[o Augusto Arabico Adiabenico / Po]nt[ifici Maximo tr(ibunicia) p(otestate) - - - / Imp(eratori) - - -] co[nsuli - - -]



Pedestal a Lucio Vero



[Imp](eratori) · Caes(ari) / L(ucio) · Aurelio / Vero · Aug(usto) · Ar/men(iaco) · [P]art(hico) Max(imo) / Med(ico) · p(ontifici) · m(aximo) · tr(ibunitia) · p(otestate) V / co(n)s(uli) · III / L(ucius) · Alfenus · Avi/tianus · p(rimo) p(ilaris) · tr(ibunus) / coh(ortis) III vi[g(ilum)] / [XII urbanae]

Al Emperador César Lucio Aurelio Vero, Augusto, Armeniaco, Parthico Máximo, Médico, Pontífice Máximo, con la V potestad tribunicia y cónsul por tercera vez, Lucio Alfeno Avitiano, primipilo, tribuno de la tercera cohorte de vigilantes nocturnos de la región doceava de la ciudad
Y sería en esta última piedra cuando el error histórico se haría patente, pues al ser una honra que le dedica Lucio Alfeno Avitiano al emperador Lucio Vero, llevó a algunos a pensar que el nombre de Fiñana procedía por una variación de Alfenus, Fundus Alfenianus, o Villa Alfoniana, nombre este último con el que se denominaba comúnmente al Pago de Escuchagranos que es como nosotros llamamos hoy al paraje de la Medialegua, esta última apreciación no parece tan desacertada como veremos en otra entrada, pero desde esa afirmación a querer ligar el nombre Fiñana a esa piedra hay un abismo, este abismo se puede ver en la página oficial del Ayuntamiento de Fiñana, finana.com, que dice;
[…el estudio de los epígrafes encontrados en esta zona del Pasillo de Fiñana, revela la existencia de un personaje de indudable prestigio social y político, derivado de su brillante carrera militar, desarrollada en la ciudad de Roma. Su nombre es Lucius Alfenus Avitianus. Su carrera militar nos es conocida por una inscripción encontrada en Fiñana]
Y a partir de ahí se irá explicando la variación de Villa Alfoniana hasta Fiñana, dando por hecho que esa piedra había sido encontrada en ese pueblo, y claro que se la habían encontrado ahí, se la encontraron porque un buen día de un buen año un alcaide de Fiñana la arrancó del mausoleo romano de Abla, junto con otra, para llevársela a su castillo.


Pedestales en el castillo de Fiñana


Hay que aclarar que esta afirmación del Ayuntamiento de Fiñana está basada en el estudio de César Augusto Pociña Lopez, el cual terminaría diciendo;
[…tenemos, por tanto, el caso excepcional de un topónimo relacionable directamente con un personaje conocido epigráficamente, e indirectamente con una posible villa. Sólo la aparición de nuevos datos, tanto epigráfícos como arqueológicos, podrán demostrar si nuestra hipótesis realmente funciona o bien la desmentirán…]

Lo curioso es que esa Villa Alfoniana se encontraba a una distancia curiosa de un núcleo urbano llamado Alba a la distancia curiosa de una media Legua.

Y bien, sin hacer ni puñetero caso a las obligaciones del historiador que relataba brillantemente Cicerón, sigamos haciendo historia, total, para lo que nos cuesta.