Abla 1855. Amar y fumar en tiempos del cólera. XII·XII·MMX

De todos los abulenses es conocido que D. Joaquín Sicilia y Gallego fue médico-cirujano de Abla a mediados del siglo XIX y quizás uno de los abulenses más ilustres de toda nuestra historia. 


Joaquín Sicilia y Gallego

Se sabe que su vida transcurrió a caballo entre Abla y Madrid, y que en enero de 1848 ingresa en la Sociedad Médica de Socorros Mutuos, también es nombrado médico forense de Madrid en 1862, y sabemos que ejerció en el distrito de Lavapiés en 1882 y principalmente que fue médico del Rey.

También participó en 1880 como médico forense en el estudio psiquiátrico del reo Francisco Otero González, el cual había atentado contra Alfonso XII el 30 de diciembre de 1879.

También hay que reseñar que fue hermano del afamado farmacéutico Juan Sicilia y Gallego.

Pero D. Joaquín Sicilia y Gallego principalmente nos es familiar por ser el abuelo materno de Joaquín Tena Sicilia, el médico-pediatra que dio nombre al colegio de Abla.

Aparte de todos estos aspectos de su vida y obra, quizás la labor más importante que realizó para nosotros es la de recoger y publicar sus experiencias como médico de Abla, sobre enfermedades comunes y especialmente relatar casi de forma escabrosa la epidemia de Cólera Morbo de 1855, que mató a 3.928 almerienses entre el 9 de junio y el 4 de octubre y que en España se cobró 236.744 vidas de 15.454.514 de habitantes que tenía en ese entonces el país, lo que a cifras de censo actual hoy supondría la muerte de más de 750.000 personas, nos podemos hacer una idea de la magnitud de la epidemia de 1855.

D. Joaquín Sicilia y Gallego firma el estudio preliminar de la epidemia de cólera el 6 de agosto de 1855, explicando que no pudo estudiar la anterior epidemia de 1834 pues aún no era médico, pero sí detalla que estudió a varios autores que la analizaron en su momento, y él divide la enfermedad en cuatro estados o fases y empieza a relatar;
[…Desde mucho tiempo antes de aparecer el primer caso de cólera en esta villa de Abla, que ocurrió el 14 del mes de junio en los molinos del río, se notaba en la población y en los cortijos que se padecían diarreas y cólicos biliosos, y con más generalidad unas calenturas catarrales gástricas que se anunciaban por un escalofrío seguido de dolor de cabeza supraorbitario. Dolor general de miembros, amargor de boca, lengua blanquecina en el centro y algo amarillenta hacia la base con encendimiento de las papilas en su punta…]
[…Este estado, que le podré llamar catarral gástrico-bilioso, se deja sentir en la villa de Abla, en Ocaña, Doña María y Abrucena, que son los pueblos que yo visitaba de continuo.]
El médico continúa relatando todos los síntomas y las medidas que cree se deben tomar para combatir la enfermedad en sus distintas fases, y de ahí pasa a relatar el efecto en los vecinos de estos pueblos a modo de ejemplo de comportamiento de la enfermedad, en sus diferentes estados;
[Diego López Gómez, molinero, de treinta y cuatro años de edad, constitución endeble, fue acometido de la diarrea colérica y no hizo caso, antes al contrario lo tomó a risa y de sí mismo se burlaba, de una diarrea que no producía dolor ni grave incomodidad; siguió así y no vio a ningún médico, porque hasta tenía apetito: a los cinco días se agravó y al momento de haberse declarado el segundo periodo vino el tercero y expiró.]
[José Ortega Castellano, de Ocaña, fue invadido de la misma diarrea, me vio y le mandé sudar y que guardase dieta. En vez de obedecer, se marchó a un cortijo a segar; allí fue invadido y murió.]
[En el mismo periodo de aumento, un día en que pasaba visitando de casa en casa en Ocaña, vi una mujer embarazada, tendida en el suelo, y oficiosamente me llegué a ella y la encontré en el primer periodo y con la diarrea colérica; se presentaba indicación de sangría que se hizo, la mandé sudar y a dieta, y a los tres días estaba buena.]

El médico utiliza los ejemplos prácticos de pacientes para desarrollar su teoría de cómo combatir la enfermedad en los que se ve como sana también a Jose Antonio Rodríguez, natural de Nacimiento y a José López, molinero del que no nombra su domicilio pero que podemos suponer de Abla.

Luego expone la teoría de que la depresión o bajo estado de ánimo, puede hacer saltar la enfermedad del primer al segundo periodo rápidamente, mostrando dos ejemplos de fallecidos por “pesimismo”.

D. Joaquín llega a la conclusión de que todo aquel que llega al tercer estado de la enfermedad, es muy difícil que sobreviva a la misma.

También resulta evidente el desconocimiento que había en la época sobre la enfermedad, pues el doctor no quiere entrar a discutir sobre las causas, y cita vagamente a otros médicos que opinan que la epidemia puede ser trasmitida por la electricidad o por las constelaciones.

Y acabará su estudio con el relato de todas las medidas que ha tomado como médico para atajar la enfermedad, relatando algunos casos exitosos en los que incluso llega a curar a enfermos en un tercer periodo, y continuando con la tesis general de la época achaca el mal a una propagación atmosférica pero sin poder determinar las causas o el agente propagador y terminaría diciendo;
[…Si por este trabajo insignificante, pero que he robado a mi corto descanso, consiguiese ser útil a un enfermo siquiera, todos mis desvelos quedarán premiados, satisfecha mi ambición y alcanzada mi gloria.]
Algunos años después, en 1865 saldría publicada en el periódico La España Médica, un suplemento de nuestro doctor Joaquín Sicilia sobre otros datos que no había recogido en el anterior estudio, para discernir si el cólera se propagaba o no entre humanos, y aquí es donde contaría un suceso realmente dantesco, que dice así;
[Cuando en 1855 asistí a la epidemia en la provincia de Almería, ocurrió el siguiente caso. Era un labrador llamado Antonio Morales Ortiz, que vivía en un cortijo o posesión aislada, distante más de una hora de toda población; su familia se componía de la mujer y un niño que lactaba, una hija joven de 15 años y varios otros hijos jóvenes desde 7 años hasta 23. El de esta edad tenía una novia en la villa de Abla, y su futuro suegro fue invadido del cólera; la familia del novio no dejó de visitar al enfermo hasta que murió, y a los pocos días fue invadida la madre del novio, el hijo que lactaba, la hermana de 15 años y el padre, muriendo el niño y la joven. Parecía que el aislamiento, la gran elevación sobre las poblaciones y casi en la misma Sierra Nevada eran condiciones abonadas para presumir que no había de padecerse el cólera en aquella localidad; pero no fue así. Próximo a la villa de Abla a que me refiero, y como a un kilómetro de distancia hay otra que es la de Abrucena, que se libró de la epidemia en 1834. Esta población, situada en una colina de Sierra Nevada y más alta que Abla, pero mucho mas baja que el cortijo o posesión del caso anterior, parecía que en 1855, también iba a ser tan afortunada como en el 34, porque la epidemia decrecía en sus limítrofes y con su aislamiento y topografía se creía a salvo, pero habiendo bajado una mujer, esposa de un tal Urrutia, que estuvo asistiendo a una enferma de Abla, luego que se restituyó a su pueblo, fue invadida y murió, y por aquellos días se principió a notar algún caso de colerina, y el carácter y tendencia general de la enfermedad que por fortuna fue muy pasajera…]
Era terrible ver como la gente era capaz por amor de exponerse al cólera, pero D. Joaquín también relataría su caso y el del cura del pueblo, a los cuales les vomitaban encima los enfermos que trataban, sin llegar ninguno de los dos a contraer la enfermedad, ellos también amaron sin miedo en los tiempos del cólera, este hecho obsesionó a nuestro doctor, sin darse cuenta el buen hombre y buen médico que el agente propagador no era el aire, ni la electricidad, ni las estrellas, ni el hombre… era el agua.



En la anterior epidemia de 1834 se recomendaba en poesía como prevenir la enfermedad;
Vivir sin miedo, comer asado.
Verduras pocas, licor escaso;
Tertulias fuera, nada de teatros.
De noche en casa, andar al campo;
Pescado poco, y no salado.
No dormir siesta, o breve rato;
Del lecho alzarse, al sol bien claro.
Usar frecuentes, ácidos sanos;
Frutas jugosas, echar a un lado.
Melones e higos, ni imaginarlos;
El té y la salvia, usar con garbo.
Friegas al cuerpo, en despertando;
Y de franela, camisa encargo.
Heces y orina, lejos del cuarto;
Con buen vinagre recibir vahos.
Con el lavarse, la boca y manos.
De húmedo piso, los pies guardados.
Si el cuerpo suda, no ventilarlo;
Saliva fuera, si excede un tanto.
Fumar en pipa, anís y habanos;
Alcanfor siempre llevar guardado.
El chocolate poco cargado.
En todo tiempo huir de helado.
Especia poca en los guisados;
Pastelería poca y de paso.
Llevar el vientre aligerado;
Ropas de invierno en el verano;
Corteje a Venus el dios Vulcano,
ni una manzana del árbol vedado.

Sana conciencia, mental descanso
y no inquietarse aunque la cena se coma el gato,
o el ahumado salga estofado.

Parecerá graciosa la parte de la recomendación que dice “fumar en pipa, anís y habanos” pero nada más lejos de la realidad, el propio doctor Joaquín Sicilia anotaría en su informe;
[…Debo consignar una observación que hice en 1855 respecto al uso del tabaco, y es, que no se me murió entre los asistidos por mí, ningún fumador de pecho, o sea de los que aspiran el humo, y de los que estos fueron invadidos, que conté muy pocos, lo fueron de una manera muy benigna y pasajera. Por esto recomiendo mucho el uso del humo del tabaco y deseo que el que tenga proporción haga nuevos ensayos, por lo cual juzgo que si algún día esta enfermedad tuviese un específico, debería buscarse en el tabaco.]

Curioso, realmente curioso, lo que era amar y fumar en tiempos del cólera;
[Corteje a Venus el dios Vulcano, ni una manzana del árbol vedado]
[Fumar en pipa, anís y habanos]

8 comentarios:

C.Laura dijo...

Qué interesante! Me ha gustado mucho este artículo!

juanma dijo...

muy bueno paco,sigue así que nos estas instruyendo mucho y bien

maestro 1989 dijo...

Mal consejo daba el médico a los enfermos de cólera.
La ignorancia ha perseguido y persigue a toda la humanidad,en todos los tiempos y países.

Francisco Javier González Sánchez dijo...

Gracias amigos por seguir el artículo...Y completamente de acuerdo Juan, pero nuestro paisano no tenía mala intención, ya fuera por simple coincidencia o porque el tabaco que fumaban no estaba tratado con sustancias químicas como sucede ahora, a él le resultó curioso que ningún fumador muriese por cólera y como buen cientifico tenía que hacerlo saber...seguramente no fumasen ni el 10% de la población pero aún más curioso es ver que 1834 se recomendase lo mismo...lo que no sé por qué era así, quizás pueda responder algún médico...yo no.

Tus-mundos dijo...

Todo un ejemplo de devoción por su profesión.
Muy interesante la historia, Parri.
Muuchas gracias!!

Francisco Javier González Sánchez dijo...

Gracias a ti Tus por seguir el blog, para la primavera que viene creo que tendré listo para publicar mi primer libro "De Sanctis Martiribus Apollo·Isacii et Codrato" y por supuesto que tendrás un ejemplar firmado y dedicado por los ánimos que me has dado desde que empecé con esta aventura. Un abrazo desde Hispania.

francisco dijo...

Fantástico trabajo.Gracias por el aporte.

Unknown dijo...

Gracias por el relato primo, es muy interesante...ey! yo también quiero un ejemplar de tu libro, y si es firmado pues mejor...